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Baraka (1992), dirigida por Ron Fricke, es una experiencia visual que supera la narrativa convencional para sumergirse en una contemplación profunda de la existencia humana, la naturaleza y lo sagrado. A lo largo de una secuencia de imágenes de distintas culturas, paisajes naturales y actividades humanas, la película evoca en su espectador una reflexión casi filosófica sobre la condición humana, sin necesidad de un solo diálogo.

Baraka puede entenderse como una invitación a la experiencia directa del mundo, sin las mediaciones del lenguaje o del discurso racional. Fricke nos ofrece una visión del mundo "en sí", mostrándonos cómo los fenómenos se presentan a la conciencia de manera pura. Las imágenes funcionan como vivencias intencionales: nos conectan con la otredad, lo espiritual, lo industrial y lo natural, sin imponernos una interpretación fija. En este sentido, la película se convierte en un ejercicio de suspensión visual, en el que suspendemos nuestros juicios para abrirnos a la esencia de las cosas tal como aparecen.

La comunicación emocional en Baraka se logra gracias al dominio técnico y estético del director. El uso del formato 70mm hace posible una calidad visual inmersiva, y las técnicas como el time-lapse, el slow motion y los planos secuencia refuerzan el sentido de lo sublime o lo abrumador, dependiendo del contexto. Las transiciones entre escenas por ejemplo, de rituales espirituales a fábricas industriales, no solo generan contrastes visuales, sino también emocionales, provocando en el espectador una mezcla de asombro, inquietud y contemplación. La música, compuesta por Michael Stearns, actúa como un hilo emocional que une las imágenes, guiando la respuesta afectiva del espectador sin imponer una narrativa explícita.

En conclusión, Baraka representó para mí, más que una película; la percibí como una experiencia sensorial y filosófica que me obligo a confrontar la diversidad del mundo y la profundidad de mi propia percepción. Me quedé con la sensasión de que; ver u observar es ya una forma de conocer, y que el cine, cuando se libera del relato tradicional, puede convertirse en un vehículo poderoso de introspección y conexión existencial.

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El término gesto arquitectónico se refiere a la intención expresiva contenida en una decisión formal dentro del proceso de diseño arquitectónico. Más que un simple trazo o una solución técnica, el gesto representa una voluntad, una postura estética o cultural, y a veces incluso una actitud política frente al entorno construido. En este sentido, puede ser entendido como una especie de "firma" conceptual del arquitecto, en la que se articula tanto la función como la emoción, estableciendo una conexión entre quien proyecta, el contexto y quienes habitarán la obra.

Este concepto ocupa una posición intermedia entre el arte y la ingeniería. Por un lado, posee la libertad creativa y la carga simbólica propias del arte; por otro, debe operar dentro de los márgenes concretos de la física, los materiales y las condiciones técnicas impuestas por la ingeniería. Así, el gesto arquitectónico no puede desligarse completamente de las limitaciones constructivas, pero tampoco debe reducirse a una respuesta mecánica. Lo interesante es cómo ese gesto, cuando es eficaz, logra transmitir un mensaje o generar una experiencia espacial sin perder su funcionalidad.

Un ejemplo claro de gesto arquitectónico en la arquitectura vernácula es el chozo de pastor en Extremadura, España: una estructura modesta, hecha con piedra local, cuya forma circular y cubierta cónica no sólo responde al clima y a la técnica constructiva local, sino que también expresa una relación profunda con el paisaje. En contraste, el Panteón de Agripa en Roma, una obra canónica del mundo clásico, presenta un gesto monumental en su gran cúpula y óculo central, que no sólo demuestran dominio técnico, sino que también evocan una conexión espiritual con el cielo. Ambos casos expresan, desde lugares y contextos distintos, un gesto que trasciende lo puramente constructivo.

Quisiera mencionar una obra que logra articular elementos tanto de lo vernáculo como del canon clásico; la Capilla de Ronchamp, diseñada por Le Corbusier. En ella, el gesto arquitectónico se manifiesta en las formas curvas, casi escultóricas, de sus muros y techo, que remiten a una tradición espiritual y simbólica, pero reinterpretadas con materiales modernos y técnicas del siglo XX. Su relación con el entorno natural, su escala humana y su carga simbólica dialogan con lo vernáculo, mientras que la claridad compositiva y la monumentalidad contenida la vinculan con la tradición clásica. Esta obra demuestra cómo el gesto arquitectónico puede ser un puente entre lo técnico, lo simbólico y lo cultural, permitiendo que la arquitectura continúe evolucionando sin perder su profundidad expresiva.

GESTO ARQUITECTONICO

Chozos de horma
Finca "El Parral"
Membrío, Cáceres (Extremadura)

Panteón de Agripa, Roma

La capilla de Notre Dame du Haut en Ronchamp, Francia

¿ Qué es diseñar?

Marcel Breuer, Designs for the Wassily club chair. Innovative design involved a lightweight, easily movable structure, observable using minimum upholstery and the first ever chair with a bent-steel frame.

Picture from: https://www.researchgate.net/figure/Marcel-Breuer-Designs-for-the-Wassily-club-chair-Innovative-design-involved-a_fig22_346280416

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Poster de The Brutalist (2024)

Poster de Inception (2010)

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Diseñar es, en términos generales, imaginar con intención. No se trata simplemente de crear formas, sino de organizar ideas, necesidades, materiales y posibilidades para generar algo que responda a un contexto determinado. Diseñar implica prever, proyectar y tomar decisiones que afectarán no sólo al objeto final, sino también a quienes interactúan con él. En este sentido, el diseño no pertenece exclusivamente al campo de lo material: puede ser tan abstracto como el trazado de un concepto, o tan concreto como la fabricación de una silla o un edificio. Diseñar, por tanto, es una actividad que conecta pensamiento, sensibilidad y técnica.

Cuando se traslada esta noción al pensamiento arquitectónico, el diseño adquiere una dimensión aún más compleja. No se trata únicamente de resolver una necesidad funcional, sino de establecer relaciones con el espacio, la luz, el tiempo, la cultura y la experiencia del habitar. El diseño arquitectónico exige pensar desde lo micro (el detalle constructivo) hasta lo macro (el lugar en el paisaje, la ciudad, la memoria). Es un proceso en capas, que requiere tanto análisis como intuición, y que va más allá del dibujo o del plano. Diseñar en arquitectura es ensayar formas de vida posibles.

Al ver la película The Brutalist, pude experimentar esta complejidad del diseño desde un ángulo narrativo y emocional. El personaje interpretado por Adrien Brody encarna la figura del arquitecto como alguien que no sólo construye, sino que constantemente negocia entre ideales y condiciones externas. A través de su proceso creativo marcado por momentos de duda, obsesión y búsqueda, se hace evidente cómo el diseño no es una línea recta, sino un terreno lleno de bifurcaciones. Lo interesante es que la propia película también está diseñada: desde los espacios que habita el protagonista, hasta los objetos, el vestuario, y la paleta de colores que reflejan su estado mental y emocional. Todos estos elementos fueron cuidadosamente pensados y construidos, como los sets que simulan edificios modernistas, cargados de simbología visual que apoya la narrativa.

Este paralelismo entre arquitectura y cine se puede llevar aún más lejos si consideramos otros ejemplos, como Inception de Christopher Nolan. En esa película, el diseño no sólo está presente en la trama —donde los personajes literalmente diseñan sueños sino también en la producción misma. Para filmar la escena del pasillo giratorio, Nolan mandó construir una estructura rotante a escala real, permitiendo a los actores moverse en un espacio donde las leyes de la física parecían alteradas. Esta decisión es, en sí, un acto de diseño: imaginar una experiencia y luego encontrar los medios técnicos y formales para materializarla. Tanto en The Brutalist como en Inception, vemos cómo diseñar es una herramienta fundamental para dar forma a lo intangible, ya sea una emoción, una idea o una realidad alternativa.

Diseñar, entonces, es construir significado.

An Engineer Imagines & Eames: The Architect and the Painter

Desde que comencé esta maestría, he pensado mucho en lo que realmente significa diseñar. Al principio, tenía una idea bastante limitada: pensaba que diseñar era básicamente hacer planos, modelos o representar ideas de forma gráfica. Pero con el tiempo —y especialmente después de ver los documentales An Engineer Imagines sobre Peter Rice y The Architect and the Painter sobre Charles y Ray Eames— empecé a entender que diseñar es mucho más que eso. Es una forma de pensar, de imaginar posibilidades y de resolver problemas que van más allá de lo estético o lo técnico.

Ver el enfoque de Peter Rice me hizo reconsiderar el papel de la ingeniería dentro del diseño. Rice no solo resolvía problemas estructurales, sino que imaginaba nuevas formas de habitar el espacio. Su manera de combinar arte, ciencia y sensibilidad humana en cada proyecto me mostró que diseñar implica cuestionarse constantemente cómo se puede mejorar la vida de las personas a través de las estructuras que creamos. Él no diseñaba solo con números o cálculos, sino también con intuición, con emoción. Me impactó ver cómo entendía la belleza como parte esencial de la ingeniería.

Por otro lado, los Eames me ayudaron a ver el diseño desde una perspectiva mucho más cotidiana y humana. Su trabajo abarcaba desde muebles hasta exposiciones, y lo que más me llamó la atención fue cómo usaban el diseño como una herramienta para comunicar ideas, provocar sensaciones y contar historias. Ellos diseñaban con una curiosidad infinita, sin miedo a jugar, a equivocarse o a mezclar disciplinas. Su proceso estaba lleno de preguntas, de observación y de empatía, lo que me hizo pensar que diseñar también es una forma de relacionarse con el mundo.

Ambos documentales, aunque muy distintos, me dejaron una idea en común: diseñar no es simplemente representar una idea en papel o en una maqueta, sino imaginar nuevas realidades posibles. Es tener una visión, pero también una gran responsabilidad. Ya sea desde la ingeniería, como Rice, o desde lo multidisciplinario, como los Eames, diseñar es un acto profundamente humano que requiere sensibilidad, intuición, técnica y sobre todo, compromiso con las personas.

En conclusión, hoy pienso que diseñar va mucho más allá de dibujar un modelo de un edificio. Es pensar cómo ese edificio puede transformar un espacio, una comunidad o incluso una cultura. Es conectar emociones, materiales y tecnologías para generar experiencias significativas. Diseñar es imaginar, construir y comunicar al mismo tiempo. Después de ver estos documentales, siento que el verdadero reto del diseño no está en la forma final de lo que se construye, sino en todo lo que ocurre antes: en cómo pensamos, sentimos y soñamos cada proyecto.

Sistema Espacial

Durante este proceso de formación, he comenzado a entender que en arquitectura no solo hablamos de formas o estructuras, sino también de conceptos más abstractos pero fundamentales, como el de sistema espacial. Este término se refiere a la organización del espacio dentro de un proyecto arquitectónico, a cómo los diferentes ambientes se relacionan entre sí y con el usuario. Simon Unwin, en Twenty Buildings Every Architect Should Understand, analiza este concepto al estudiar el Carpenter Center de Le Corbusier, explicando que “el sistema espacial puede generar un recorrido, una manera particular de habitar el edificio” (Unwin, 2023, p. 148). Entender cómo se articula el espacio nos permite pensar en arquitectura más allá del objeto, centrándonos en cómo las personas se mueven, sienten y viven esos espacios.

En este mismo texto, Unwin también habla de cómo ciertos edificios organizan sus espacios para crear lo que él llama secuencias espaciales, es decir, el recorrido que se vive a través del espacio, con momentos de transición, pausa, sorpresa o apertura. Esto me hizo reflexionar sobre lo importante que es salir del salon de clases e ir a visitar obras construidas. Solo al estar dentro de un espacio se puede entender verdaderamente cómo esas secuencias funcionan. Por ejemplo, caminar por una rampa que va revelando poco a poco un espacio central no es lo mismo que verlo en planta. Estas experiencias directas van moldeando nuestra memoria espacial y, con el tiempo, se convierten en recursos valiosos al momento de diseñar.

Otra cosa que he aprendido es la importancia de desarrollar un vocabulario arquitectónico propio para poder expresar nuestras ideas con claridad. Es necesario tener palabras para hablar de conceptos complejos como “transparencia espacial”, “umbral” o “jerarquía espacial”. Sin embargo, también he notado que hay que tener cuidado con el lenguaje que usamos, sobre todo cuando hablamos con personas que no son arquitectas. A veces, el exceso de términos técnicos puede crear barreras en lugar de puentes. Por eso creo que un buen arquitecto no solo domina el vocabulario especializado, sino que también sabe cómo traducirlo para comunicar ideas de forma clara y accesible.

Finalmente, como mencionó el profesor esta semana en clase; nuestra memoria funciona como una especie de archivo de secuencias espaciales. Cada vez que recorremos un edificio, almacenamos en nuestra mente sensaciones, proporciones, relaciones de luz y sombra, texturas, sonidos. Todo eso queda registrado, a veces sin que nos demos cuenta. Y luego, cuando diseñamos, muchas de esas experiencias vuelven, se mezclan y se transforman en nuevas propuestas. Por eso, el aprendizaje del espacio no solo es teórico, sino también corporal y emocional. Entender el “sistema espacial” no es solo una cuestión técnica, sino una manera de pensar en cómo la arquitectura se experimenta y se recuerda.

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Cuando pienso en el término "sistema material" dentro de la arquitectura, me doy cuenta de que no se trata solo de los materiales físicos con los que construimos; como el concreto, la madera o el vidrio. Sino de cómo esos materiales interactúan, se ensamblan y generan una lógica propia dentro del proyecto. Es un concepto que empieza siendo técnico, pero que inevitablemente se vuelve poético cuando lo conectamos con cómo esos materiales envejecen, cómo responden al clima, cómo tocan la luz. Es un sistema porque hay una organización, una intención detrás de su uso. No es solo “qué material”, sino “cómo” y “por qué” se emplea, y ese "cómo" muchas veces define la atmósfera del espacio.

Ahora, si hablamos del "sistema espacial", siento que entramos a una dimensión más abstracta pero igualmente concreta. Es la manera en que se organiza el espacio, cómo se mueven los cuerpos, cómo fluye la luz, cómo se jerarquizan las funciones. El sistema material y el espacial están totalmente entrelazados: uno informa al otro. Por ejemplo, el uso de una estructura de madera laminada no solo define la materialidad del proyecto, sino que también condiciona las luces estructurales y, por tanto, las dimensiones y relaciones espaciales. Es como si los materiales y el espacio hablaran entre ellos, y uno, como arquitecto, solo está ahí para facilitar esa conversación.

En cuanto al estilo y el ornamento, creo que durante mucho tiempo los vi como algo superficial, como lo “extra”. Pero ahora empiezo a entender que son profundamente culturales, que son respuestas simbólicas a contextos específicos. El estilo no es solo una cuestión estética, sino una manera de posicionarse frente al tiempo, al lugar y al colectivo. Por ejemplo, la arquitectura vernácula japonesa con sus techos curvos y detalles en madera habla de una relación muy íntima con la naturaleza, el clima y la filosofía zen. Por otro lado, las iglesias barrocas latinoamericanas, llenas de ornamento, narran la mezcla entre lo indígena y lo colonial, y expresan una espiritualidad exuberante, compleja. En ambos casos, el ornamento no es decoración vacía, es lenguaje cultural.

Todo esto ha transformado mi manera de aprender y entender la arquitectura. Ya no la veo como una profesión que solo resuelve problemas prácticos o que responde a necesidades funcionales. La arquitectura, como la estoy empezando a comprender, es una disciplina que dialoga con lo esencial del ser humano. Nos ayuda a habitar el mundo de manera más consciente, más sentida. Estudiar estos conceptos me ha hecho ver que cada decisión —sea sobre el material, el espacio, el estilo o el ornamento— está profundamente cargada de significado. Y eso es lo que me hace sentir que esta profesión, más que diseñar edificios, diseña experiencias, sentidos de pertenencia y formas de estar en el mundo.

"La arquitectura no es un mero juego de formas, sino una forma de comprensión y de existencia." - Juhani Pallasmaa

Esta cita encapsula esa idea central de que la arquitectura va mucho más allá de lo utilitario o lo visual; es una forma de conocimiento que afecta directamente cómo habitamos y comprendemos el mundo.

SISTEMA MATERIAL, ESPACIAL, ESTILO Y ORNAMENTO